Historia de la Ecovilla Gaia – Capítulo 4: Años de abundancia

Los otoños nos acompañaban con una increíble variedad de colores y también con los excedentes de las cosechas del verano. Cientos de botellas de conservas de tomates se amontonaban en la cocina como antesala de la despensa externa. Esta se había diseñado junto con el centro comunitario, principalmente para almacenar conservas, dulces, bolsas a granel de las compras a productores de algunos cereales y legumbres. Este edificio lo construimos con fardos, para darle la máxima aislación térmica al calor y mejorar así la temperatura de conservación. Además de la elaboración de muchos dulces, como los de guayaba, membrillo, pera y manzana que se hacían en esos días, se etiquetaban y acomodaban los realizados durante el verano, entre ellos destacadísimos los de higo.

Todos estos productos generaban alimento para todo el año, pero además, sus sabores deleitaban a los visitantes y estudiantes de nuestros cursos y nos daban la oportunidad de comentarles la importancia de saber conservar los excedentes del verano.

Otra actividad principal del otoño era la cosecha y limpieza de semillas ancestrales y criollas, siendo la época del año de mayor producción. Le seguía el proceso de ultra desecación, el cual le dió a nuestro banco de semillas la capacidad de conservar el material por décadas, en perfecto estado de poder germinativo. Esas semillas simbolizaban la multiplicación de los alimentos. Esto le daba a la comunidad su profundo sentido social y ecológico: producir semillas que ayudarían a otros agricultores a generar sus alimentos además de excedentes para la venta. De esta manera, generábamos recursos tanto para la comunidad como para otros proyectos, lo que nos estimulaba y alentaba al sentir que contribuíamos a un movimiento de transformación ecosocial.

En el transcurso del otoño las primeras nueces pecan salpicaban el suelo, ofreciendo la fiesta más grande de las cosechas, en agradecimiento por la gran cantidad de nutrientes que estos frutos tan esenciales contienen y por el perfecto estado en el que se conservan por un año. Originario de la cuenca del Misisipi, el pecan –o pacano– era un alimento primordial de las naciones originarias para pasar el invierno. Conocí en un otoño de 1990 a esta especie, cuando visité a la Sta. Clemes, en el arroyo Felicaria del delta del Paraná. Allí vi árboles de más de 40 años plantados por ella: había traído los primeros ejemplares de Estados Unidos a contra estación y a raíz desnuda, por lo que parecía imposible que pudiera funcionar a la opinión de los expertos. En ese viaje le compré toda su cosecha para vender sus increíbles nueces, de gran tamaño. Estudié la especie, cuya difusión en aquel momento era muy escasa, y la incluí como una de las especies clave en mi diseño de permacultura de la Ecovilla Gaia. Después de muchos años, nuestras nueces empezaron a enriquecer los desayunos invernales.

Estos inviernos, con sus paisajes blanquecinos en los días de heladas, con su belleza que promueve la quietud, y con esos desayunos durante los cuales planificábamos las actividades de las mañanas.

Algunes cumplíamos nuestro turno para acompañar a les niñes en nuestra escuelita, otres estaban en la oficina, recibían a un colegio o atendían tareas de la huerta, terminaciones en las construcciones y tantas otras labores a las que dedicarse. E incluso la de recibir a funcionarios importantes, como el Ing. Enrique Martínez, que generó el convenio establecido con el Instituto Argentino de Tecnología Industrial (INTI). En el curso del año 2008, el INTI midió, evaluó y difundió los desarrollos que logramos en del campo de las tecnologías apropiadas en el marco de nuestro Instituto Argentino de Permacultura. Estos procesos eran compartidos por les estudiantes y voluntaries que provenían de una multitud de países. Este espacio del desayuno era el más importante para que elles entendieran cómo integrarse a las actividades.

En la mayoría de los casos a les estudiantes, pasar de vivir en una gran ciudad a un lugar donde muchas tareas se realizan en función de obtener el sustento para casi todas las necesidades básicas les generaba un impacto muy fuerte. Por lo general, esta práctica de vivir en pleno campo y fabricar tanto productos como servicios llevaba a muches de elles a inscribirse en nuestra Universidad Internacional de Permacultura, para de este modo articular las experiencias vividas con las bases conceptuales y teóricas de la permacultura.

Otra tarea de cosecha del otoño era el acopio, la partición y el guardado de la leña que estuviera cortada como mínimo por 2 años, para su buen secado. En previsión del mayor consumo invernal, era clave colocarla luego bajo techo para evitar que las lluvias la mojasen. La leña bien seca en las estufas de alta eficiencia permite alcanzar la mejor relación consumo/calor que estas entregan. Así, cada invierno apreciábamos más a los árboles que habíamos plantado o aquellos crecidos desde la semilla: esa energía solar que acumulaban a lo largo de todos los días, podía entregarla nuevamente un pedazo de madera, como si fuera una representación del sol dentro de nuestras casas y nuestros edificios comunitarios.

Por otra parte, el trabajo dentro del invernadero también imprimía una sensación de confort a los días de invierno entre les residentes, estudiantes y voluntaries. Abrir sus ventanas laterales en la medida justa permite una correcta ventilación –y, por ende, el control de la humedad– y que la temperatura no suba en exceso cuando el sol está a pleno. Realizar las tareas de siembra, trasplante y mantenimiento dentro de este espacio es mágico, es estar en contacto con los cultivos como si fuera el paraíso primaveral. Realmente, valió la pena ahorrar para comprar la estructura y el plástico de calidad profesional del invernadero, además del armado por un equipo recomendado por su fabricante. Gracias a esta estructura podíamos avanzar mejor con los cultivos de invierno, especialmente aquellos de hoja para ensaladas, probar el desarrollo de nuevas variedades que queríamos proteger del clima y, salvo los meses de mayor temperatura, acrecentar la producción de plantines hortícolas.

Asimismo, el invierno era el momento de corte de las maderas, en los días de menguante debido a que la cantidad de salvia que circula es menor, así también más rápido el secado y, por lo tanto, la calidad final es superior. Al mismo tiempo, a otros árboles más jóvenes y en especial a los frutales se les hacía la poda de formación para evitar el desarrollo de nudos y lograr un tronco de calidad para aserrar. Por años había escuchado hablar acerca de la poda tradicional y la había visto, pero en su concepción traumática, la que, más que ponernos a disposición de la generosidad del árbol frutal, solo producía daño. Todo cambió cuando pude asistir a un taller impartido por el Ing. Panos Manikis, en febrero del 2008. Panos, el principal discípulo del maestro japonés Masanobu Fukuoka, llevaba adelante una pequeña granja de frutales en una tierra degradada, en Grecia. A pesar del estado del suelo, había logrado que sus frutales generaran mucha abundancia, gracias a que, en la poda de formación ideada por Fukuoka y que él luego siguió diseñando, se hacen solamente unos pocos cortes, y muy precisos, para darle al árbol su arquitectura natural.

También era la época ideal para realizar algunas tareas de mantenimiento en el suelo y plantar nuevas especies, en diferentes sectores de la Ecovilla. En general, en cada sector en que hubiera lugar, cada año se abría un nuevo espacio de plantación de frutales. Se llevaba caños de agua a todos lados para armar una red de llaves destinadas a conectar mangueras de riego. Así se podía regar a la vez lo plantado durante el invierno y mantener los frutales que ya tenían los primeros años de crecimiento.

Para producir ciertas verduras y otros cultivos, investigamos el uso de diferentes tipos de invernaderos. Entre 1998 y 2003 hicimos un simulador del clima de la biorregión para el 2030, aprovechando una gran pared de la ex fábrica, con orientación al norte, a partir de la cual hicimos una estructura de 5 m de alto para poder cultivar árboles y bananas. Queríamos estudiar diversas especies que crecen en un clima más cálido que el que teníamos. Ello nos permitiría luego elaborar propuestas de soberanía alimentaria para la llanura pampeana húmeda, para cuando las temperaturas se fueran acercando a las de un clima subtropical, escenario del que hoy ya no estamos muy lejos.

En otra oportunidad fabricamos una estructura sencilla para un túnel de no más de 1.60 m de altura y de 20 m de largo que por varios años, hasta comprar un invernadero profesional con sus diversos sistemas de ventilación, nos resultó muy útil para cultivar en invierno, muchas verduras para ensalada. Por otro lado, fue de gran ayuda en la producción de plantines para los huertos al aire libre. Gracias al invernadero, la época de mayor producción de plantines era el fin del invierno y la primavera. Así, los cultivos de ciclo largo, como por ejemplo las esponjas vegetales, quedaban libres de heladas y llegaban a completar la formación de sus frutos –que se convertían en esponjas en este caso–. Estos meses, de agosto a noviembre, eran muy intensos, porque muchas actividades se sucedían: siembras de bandejas de plantines, preparación de los canteros, trasplantes y cuidados varios, entre otras.

Entre una buena producción de plantines y su trasplante y el rendimiento de las especies que sembrábamos directamente en tierra lográbamos una cosecha de los principales alimentos para el año. Además, teníamos las frutas y 30 colmenas que producían una miel muy clara y de aroma exquisito, gracias a la flora tan variada de la ecoaldea. Esta miel fascinaba visitantes y estudiantes.

Estas abejas, a su vez, eran primordiales para la producción de aquellos cultivos y frutales cuya propagación depende fundamentalmente de los polinizadores. En algunos casos, como el de los tomates, había temporadas en las que llegábamos a cultivar hasta 15 variedades ancestrales, procedentes de los lugares más distantes del planeta. Para el cultivo de esta especie, la polinización efectuada por los abejorros es imprescindible. No los criábamos, pero en el ecosistema de la Ecovilla se generaron las condiciones ideales para que pudieran vivir: cada año aumentaba la población de abejorros. Eso muestra la importancia de pensar y promover la biodiversidad en conjunto con los cultivos en un buen diseño de permacultura.

La llegada de la primavera traía la abundancia regalada por los bambúes –de los cuales plantamos cinco especies–, no solo por la aparición de las nuevas varas, sino también por los brotes que se cosechaban para usarlos como alimento, ya que tienen una textura y una calidad similares a las de los palmitos. Una de las especies, Philostachis bambusoides, se convirtió en nuestra preferida por llegar a producir brotes de 15 cm de diámetro y barras muy útiles para la construcción.

Otro elemento de abundancia en el proyecto ha sido la energía. En cuanto a electricidad, el sol y el viento, como expliqué en capítulos anteriores, fueron nuestras fuentes de generación de energía, siempre que la central eléctrica fuese bien manejada. Esta energía, a su vez, nos permitía el bombeo del agua a 50 m de profundidad, en cantidad suficiente para atender el riego y el consumo humano.

Para cocinar, nos abastecíamos con el sol y la leña, principalmente. El sol alcanza a calentar cocinas y horno parabólicos, para cocinar sin problemas en días de pleno invierno.

Por otro lado, el uso de leña es también una forma de aprovechar la energía solar. La leña nos proveía la energía para las cocinas y un horno de leña de 600 litros equipado con el mismo reactor de alta eficiencia que diseñé para la estufa “Gaia” medida y certificada por el INTI. El mínimo uso de leña del horno, su calor envolvente y la energía térmica hicieron que tode cocinere, sea de la comunidad o visitante, disfrutara muchísimo compartir lo cocinado con la comunidad.

Otra despensa disponible, esta vez en el agroecosistema, eran los alimentos que crecían en forma espontánea, ya sea por haber sido plantados una y otra vez o porque llegaban por semillas a través de la propagación natural. En el primer caso se destacaba el topinambur, tubérculo que se propagó por sí mismo una vez plantado, sin ningún cuidado, y ofrecía un alimento de gusto intermedio entre el de la papa y el del alcaucil, y cuya textura y sabor siempre agradó a los visitantes. Entre las especies espontáneas, la que más se destacó fue la bardana, alimento muy valorado en la cocina oriental.

Entre los árboles, las acacias blancas llamaban la atención: embriagaban el aire con sus flores, que además de tener un aroma exquisito –dulce floral ajazminado– hacían del paseo por el bosque una experiencia mística y sensual, y daban alimento en gran cantidad, ya que sus flores se comen crudas, enriqueciendo las ensaladas de un sabor delicioso. Además de ser ellas alimento para el cuerpo, su aroma refrescaba el espíritu de quien recorría el bosque en esos días de temperaturas muy agradables y percibía la vida en plena expansión.

Tanto en las áreas cultivadas como, principalmente, en las de reserva natural, una gran variedad de especies medicinales nos ofrecía una farmacia vegetal, disponible para el buen observador. Por lo tanto, salir a caminar en cualquiera de los espacios se convertía en una experiencia vibrante de recolección. De alguna manera, estas prácticas nos reconectaban con etapas ancestrales en las que nuestra actividad como mamífero en los ecosistemas era la integración. Así, eso que habíamos leído en los libros de antropología e historia lo estábamos experimentando en un presente en el que vivir en el planeta como especie se volvía tan desafiante como lo había sido hacía miles de años atrás, esta vez no por la fragilidad como especie, sino por la locura depredadora con la que la humanidad había puesto al conjunto de la biósfera en peligro.

Si los alimentos que producimos eran la base para nuestro sustento, no menos importante resultaba la producción de electricidad y, por ende, el bombeo del agua. Como ya relaté en el capítulo 2, la central eléctrica se fue agrandando con los años para atender el objetivo fundacional, es decir, una comunidad de 150 personas más estudiantes y voluntaries. Para mí, aunque no los necesitáramos, comprar e instalar más y más equipos se había convertido en una pasión mientras esperaba que llegaran esas personas. Hoy estamos cerca de que esa visión se haga realidad, porque la población de la ecoaldea está llegando a ese número de integrantes. Esto se debe en parte al cambio de estatus de comunidad intencional por el de covivienda en los condominios Amanecer y Primavera que conforman la Ecovilla. El exceso de electricidad no solo se guardaba en las baterías sino también en un tanque de 36.000 litros dispuesto a 20 m de altura, capaz de dar presión y volumen de agua a un pueblo de 2.000 habitantes. Por eso nos permitía regar los miles de árboles que plantamos, a cualquier distancia que se hayan ubicado. Nada más importante para un asentamiento sustentable que contar con agua en calidad y cantidad.

Así con todas estas experiencias, les estudiantes aprendían los ciclos de la naturaleza, sus etapas y, lo más importante, comprendían que en un sistema permacultural hay tareas que aplican a corto, mediano y largo plazo. Por supuesto, todas tienen la misma importancia, atienden los ciclos de la naturaleza. En eso, nos alejamos de todos los demás tiempos, de los plazos que se viven en la sociedad de consumo, donde se rinde culto a la inmediatez –casi una religión– y a la impermanencia desquiciada.

El encierro generado por el covid-19 ha puesto en evidencia la importancia de poder vivir según la dinámica de las estaciones y percibir cómo cada una, en un lugar como la Ecovilla, nos inspira un sentimiento diferente, brindándonos alimento para el espíritu.

La abundancia que se observa en el lugar también radica en la vida silvestre, ya que por la enorme biodiversidad de vegetales, sembrados y plantados, este espacio funcionó desde el primer día como un enorme aliciente para que una larga lista de insectos y vertebrados, lleguen al lugar. Entre los primeros se destacan decenas de especies de mariposas y entre los vertebrados, más de un centenar de especies. Entre los mamíferos, que reúnen varias especies, la aparición más increíble fue la del gato montés, cuyo sonido alguna vez me hizo despertar bruscamente en el medio de la noche: no podía creer la profundidad y la potencia de lo que oía. Otras especies también rompieron los esquemas, como el ave Ipacaá del tamaño de una gallina chica, de colores anaranjados, amarillos y verdes, que hacen de esta ave una obra de arte caminante, ya que no es voladora, es de ambientes boscosos húmedos y de lagunas, lo increíble es que en las cercanías no existían esos ecosistemas naturales y para mi sorpresa, hace 2 años escuche su canto extremadamente agudo, nunca pensé que tendríamos esta ave en la ecovilla, desde ese momento es común escuchar sus cantos en diferentes lugares donde la vegetación es espesa, dando al paisaje una sensación de intriga de selva amazónica. Otra experiencia similar fue con el lago que diseñé y construimos, le coloqué una isla para que especies como patos puedan nidificar, y para mi sorpresa después de 11 años de construida y habitada por los patos, vi la primera nutria nativa y a los pocos meses varias cuevas en los bordes de la isla, ¿cómo llegó caminado esta especie de algún lugar tan lejano? son las maravillas de la naturaleza. A su vez, cada mensajero aliado traía semillas de ecosistemas alejados, enriqueciendo la biodiversidad que habíamos logrado por nuestras manos. Todos estos acontecimientos no hacían sentir que, gracias al trabajo en conjunto con la naturaleza, esta nos devolvía abundancia, más de la que habíamos colocado.

El mismo camino seguimos con las actividades de investigación y desarrollo, como por ejemplo nuestro Instituto Argentino de Bioconstrucción, creado en 1998, el que se hizo público con el primer curso de bioconstrucción en la Argentina, en enero de 1999. Este inició un movimiento que hoy suma miles y miles de construcciones en tierra y otras técnicas con materiales naturales. En la misma dirección, nuestro Instituto Argentino de Permacultura, creado en 1996, ofreció el primer curso certificado de diseño de permacultura en Iberoamérica, dando pie a un movimiento de permacultura hoy integrado por miles de permacultores de habla hispana y portuguesa. Desde nuestra práctica diaria de promover la abundancia contribuimos a generar un movimiento de muchos miles de familias que, actualmente, están desarrollando proyectos de permacultura capaces de adaptarse al gran cambio civilizatorio que trajo el Covid-19 y de asegurar la sustentabilidad adecuada para la resolución de la mayoría de las necesidades básicas.

En la plantación de cada semilla, en cada mezcla de barro, en el ajuste correspondiente a las riendas de las torres de los molinos, en el lavado de decenas de platos, símbolo que muches habían comido juntes en la mesa, en los cursos que ofrecía y así en cientos de actividades comunitarias que realizaba en la comunidad, todas promoviendo la abundancia, siempre pensaba que cada tarea era trascendental porque en un futuro nuestras acciones serían como faros en las noches por llegar. Hoy, que estamos en plena noche de tempestad y que estamos ante un colapso civilizatorio, podemos decir que la comunidad Gaia logró la tarea.

 

Dr. Gustavo Ramírez
Septiembre 2020

 

Mirá el Capítulo 1: Nace una idea

Mirá el Capítulo 2: Desafíos de la Vida Comunitaria

Mirá el Capítulo 3: Centro de Vida y Aprendizaje

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