Historia de la Ecovilla Gaia – Capítulo 2: Desafíos de la Vida Comunitaria

Desafíos de la Vida Comunitaria

La primera tarea en relación al paisaje fue alambrar un lateral del campo, donde el alambrado estaba caído, para evitar que las vacas y los caballos de la estancia vecina se apoderaran del territorio (muy preciado por la sombra de algunos árboles que existían cuando llegamos). Así que, un poco antes del curso, los primeros canteros se hicieron y Max nos dejó nuevas ideas de cómo crear espacios de cultivo. Lentamente, en ese próximo año, 1997, fuimos haciendo camas de mulch, cubriendo la tierra con cartones, plantando los árboles con técnicas muy eficientes de Permacultura y observando profundamente el paisaje.

Después del Curso de Diseño de Permacultura pude entender la increíble herramienta que teníamos en nuestras manos. Ya había leído sobre Premacultura, y en las anteriores experiencias rurales la intentaba aplicar, pero comprender la visión integradora que posee a través del diseño fue la estrella que nos guiaría en todo estos años. Pudimos ordenar dónde colocar las diferentes áreas de la Ecovilla. Fueron así naciendo los lugares para las futuras casas, el comedor comunitario, un espacio de reuniones y cursos, los talleres, las construcciones para visitantes y estudiantes, los diferentes bosques y áreas de cultivo. Todo esto se convertiría con los años en una imagen armónica que hoy puede verse desde el aire.
Cuando hace un año ví las fotos y filmaciones que un dron hizo sobre la Ecovilla, quedé yo mismo impactado de la belleza de esas imágenes, sentí muchas ganas de comenzar a pintarlas (arte al que me había dedicado en profundidad en mi adolescencia).

En esta nueva etapa de diseño, sentía que aquella admiración que me despertaba en los pintores impresionistas su inspiración en el paisaje, lo estaba haciendo con el diseño de la Ecovilla. Regularmente nos juntábamos con quienes estaban formando la comunidad para definir espacios y establecer por dónde comenzar. Nos costó mucho decidir dónde estaría el Centro Comunitario (para cocinar, comer juntos y recibir a los visitantes). Recién en el 2003 tomamos la decisión sobre el lugar.

En un principio estábamos inclinados por reciclar un galpón que había sido para madurar quesos. Todavía no teníamos muy en claro cómo construir en tierra. Por suerte, ante las diversas idas y vueltas de algunos arquitectos que hicieron propuestas de reciclado, nunca nos decidíamos a comenzar. Queríamos que fuera un lugar hermoso, ya que este sería el corazón de la comunidad y tenía que ser muy acogedor. Finalmente abandonamos la idea de reciclar y nos decidimos por construir un edificio nuevo, para poder elegir el mejor lugar, cerca de las casas y en gran parte rodeado por la reserva ecológica que estábamos generando. Mientras tanto, hasta comienzos del 2006, la casa de Los Búhos fue nuestro centro comunitario.

Modelando el barro

En los primeros años nos dedicamos a reciclar los edificios existentes, actividad que hicimos en forma continua por 6 años.
Al mismo tiempo queríamos fervientemente dar los pasos para comenzar a construir con materiales naturales. En otras experiencias rurales anteriores, había explorado algún método de construcción en tierra como el adobe, pero fue en forma autodidacta, no había en el país quien pudiera asesorarme. En ninguna facultad de Arquitectura o Ingeniería existía alguien que se animara a hablar del tema, era considerado ir en contra del progreso, fomentar la precariedad, hablar de ranchos de pobres…  Y así, cada vez que hablaba con un profesional de estas disciplinas, me tomaban por delirante. Pensar que la gente vuelva a vivir en este tipo de construcciones era inviable.

Las personas con formación en construcción que se acercaban a participar de la Ecovilla tampoco tenían ningún conocimiento en la materia (aunque sí tenían entusiasmo por aprender sobre el tema). Teníamos 2 opciones: ir a vivir un tiempo con comunidades originarias del norte argentino para construir con ellos (pero no era posible que vinieran a dar un curso); o traer del extranjero a un bioconstructor. Nos inclinamos por la segunda. Y luego de disponer de los fondos, pudimos ofrecer el primer curso de bioconstrucción en la Argentina a cargo del arquitecto estadounidense Joe Kennedy en el mes de enero de 1999.

Si bien Joe presentó las diferentes técnicas, en el curso construimos con modelado directo en tierra el nuevo edificio de nuestra central eléctrica. La experiencia fue para mí cuasi mística: descubrir que con las manos colocábamos barro y construíamos como si fuera una escultura gigante me pareció increíble. Desde ahí comencé un camino de exploración y mejora del método que luego fue transmitiendose a miles de personas que durante los últimos 17 años pasaron por Gaia. También fui invitado a dar cursos en España , en 2009 en la Fundación Los Madroños. Tampoco ni podía imaginar que siendo mi formación académica relacionada con la medicina veterinaria, iba a poder diseñar y construir con mi equipo en el año 2010 el primer edificio realizado en tierra y financiado íntegramente por el ministerio de Desarrollo Social para un hogar de niños, hoy base para ordenanzas, leyes nacionales y proyectos en el Senado de la Nación para promover la construcción en tierra .

A medida que comencé a construir, a pesar del éxtais que me producía la posibilidad de crear construcciones con las manos, tuve que repartir mi tiempo con otras actividades. Habían sido más de 20 años que me había alejado totalmente de la actividad artística y fue como una catarata de expresión que sentía. Así que al terminar la central eléctrica comenzamos a construir la primera casa: la nuestra.

Al final del invierno de 1999, pudimos habitarla y disfrutar de las bondades del calentamiento por el sol. Fue dejar atrás tres largos años de humedad, calor y frío, para sentir el confort que, sin duda, brinda la construcción en tierra, superando a cualquier material . Habitar este espacio fue clave para poder tener la energía de tantas áreas por cubrir. Siempre comíamos en el comedor comunitario y la casa era como el lugar donde teníamos nuestras conversaciones más íntimas, sobre cómo dar los pasos para la resolución de conflictos, y un largo etcétera que no es común en una pareja normal. También el espacio donde descansar de días de intenso trabajo.

Después de esta casa, la próxima fue la casa de Las Abuelas. Queríamos tener la posibilidad de que 2 o 3 abuelas pudieran tener su lugar. Allí se mudó mi madre en 2003. Y también la habitó por momentos la madre de Silvia, así como muchos voluntarios y estudiantes que se sentían muy cómodos durmiendo en ella. Después comenzó una nueva etapa: realizar 2 construcciones a la vez. Y luego más y más. Llegar a 5 construcciones al mismo tiempo, sin contar las que diseñe y construí fuera de la Ecovilla.

Estábamos no solo construyendo en la Ecovilla casas y espacios comunitarios, sino perteneciendo a un movimiento de biocontrucción que, mientras estoy escribiendo estas líneas, cumple 20 años. Hoy son miles de casas y otras construcciones en un país que pudo recuperar su tradición de acercamiento a la tierra.

Diseñando los espacios para la convivencia

En los meses previos al curso de Permacultura que ofreció Max Lindegger el grupo humano fue muy cambiante. Comenzamos unas 10 personas que nos reuníamos regularmente en Buenos Aires hasta el momento de la compra del campo. Al estar ya en el lugar algunos iban y venían y un grupo más estable de unos 5 vivíamos en Gaia. Los conflictos no tardaron en aparecer pero el entusiasmo fue siempre lo que solucionaba los problemas. Además teníamos una meta: hacer el curso de Permacultura (en lo que parecía que todos enfocábamos nuestra intención). El curso comenzó a ser desencadenante de los conflictos existentes: cada uno tenía una idea diferente de por qué estábamos allí . Tal vez ver la enorme distancia de lo que teníamos como visión y lo que nos mostraba Max de cómo eran las Ecovillas , hizo en la mayoría un efecto devastador. Muchos sintieron que era tanto el camino que teníamos por delante que, al terminar el curso de Permacultura ofrecido por Max, el ánimo decayó en muchos de los integrantes de la comunidad y al cabo de unas 3 semanas quedamos Silvia, yo y otra compañera, con todo a nuestro cargo. Fue un acomodo de situaciones constantes que se dió a lo largo de los años, donde la solución más fácil era irse.

Los sueños quedaban atrás y la mayoría solo podía ver un trabajo tedioso que nunca llegaría a ningún lado. Para mí, cada mañana era comenzar un día que nos permitiera avanzar. También una oportunidad para celebrar la vida, la existencia, poder estar abierto a lo que ocurría en el lugar.
Sorpresivamente, a fin de diciembre, a las 2 semanas de la partida de Max, una caja con 5.500 sobres de semillas ancestrales llegó a nuestras manos. Las envió Emigdio Ballon , un ingeniero agrónomo aymara que en Estados Unidos había sido parte de la compañía Seeds of change, la empresa más importante de semillas ancestrales. Las había enviado a través de una persona con destino a cualquier grupo que hiciera permacultura en Argentina.

Pasarían 5 años para conocernos personalmente. Mientras el país estaba en caos, pudimos recibirlo en enero del 2002, para dar el primer curso en el país de producción de semillas ancestrales. Él nos dejó semillas de esperanza. Hasta el día de hoy ha sido un sabio que nos guió en el camino de las semillas.

En los primeros meses habíamos hecho un ensayo de huerta, junto con la plantación de unos frutales, con muy poco resultado. Ante tantas necesidades básicas que resolver, tratábamos de darle tiempo a ordenar y conocer las semillas de esos sobres. El verano estaba a pleno y algo pudimos sembrar , lo que le dió el verdadero nacimiento a nuestros cultivos.

Una nueva y mágica etapa que estaba comenzando: la unión de los conocimientos de Max y las semillas recibidas de parte de Emigdio darían el verdadero rumbo con el que continuamos en todos estos años y que fue el espacio de inspiración de miles de estudiantes que pasaron por nuestros cursos.

Ese mismo verano, a pocos meses de instalado el primer aerogenerador, un viento de tormenta lo dejó fuera de funcionamiento. Al mes fue reparado, mientras cuidábamos como oro el agua que habíamos podido acumular en los tanques de agua. De todas maneras, siguió una rueda de roturas de la que no pudimos salir más.

El segundo molino, mientras tanto, se estaba terminando de fabricar. Un tripala de 2kw, una máquina robusta y pesada con tecnología obsoleta. Esta máquina necesitaba su parte esencial: la torre. Habíamos proyectado una torre de caño de 15m que estaba siendo armada en Navarro pero siempre demoraba. Hasta que, después de meses, con la visita del herrero que estaba a cargo de la torre, y ante un estado de desesperación, le pregunté por un caño que salía por el techo de uno de los edificios de la ex fábrica, y que había sido parte de sus instalaciones. Ante nuestra alegría nos dijo que tenía el diámetro y grosor de paredes indicadas. Solo le bastó soldar un caño más fino de 1,5 m para llegar a los 15 metros. Fue así que, luego de numerosas maniobras, la torre se insertó dentro de otro caño más grande que previamente se había amarrado al suelo. Y allí quedó plantada, como una bandera a la ilusión de ser autosuficientes en energía eléctrica.

Lamentablemente mucho tiempo no pudo girar. Ya que las palas de la hélice de madera comenzaron, primero a torcerse, y luego a salirse como los pétalos de una margarita. En toda esta etapa, mientras un aerogenerador andaba y el otro no, pudimos tener cierto nivel de electricidad, con espacios sin energía, lo que hizo que nuestro primer banco de baterías a los 2 años ya dejara de funcionar. A pesar de todo, nuestra decisión era ser autosuficientes. No podíamos resignarnos a traer la línea de electricidad. Era como claudicar en un tema sustancial. No podíamos pensar en paneles fotovoltaicos porque en esos años sus precios eran prohibitivos. La solución fue llegando: en septiembre de 1998 nos invitaron a participar de una reunión de la Red Global de Ecovillas en Dinamarca y, casualmente, estábamos muy cerca del lugar donde nacieron los aerogeneradores daneses en Alternative Folk Center. Viajamos allí a estar unos días para saber qué equipos de calidad había en el mundo y curiosamente un argentino que allí conocimos nos recomendó una marca española. Al llegar a Gaia, entre la interminable lista de correos acumulados, había un correo de una empresa en cuestión, Bornay, que nos ofrecía sus aerogeneradores. Fue así como hicimos la importación de estos equipos y tres máquinas de ese origen que ofrecieron, en los años por venir, una fuente enorme de energía, la cual complementamos con energía solar, para hacerla más estable a lo largo del año.

Mientras los vaivenes de energía se planteaban, la dinámica humana también era cambiante. Algunas personas vivieron en el lugar por períodos que no llegaron al año, hasta llegar al 2002, donde tuvimos los primeros integrantes más estables.

Emociones

Es un poco difícil de compartir lo que siento escribiendo estas líneas. Este viaje comenzó por el pedido de muchas personas amigas que me motivaron a que la historia de la Ecovilla Gaia pueda conocerse. Esto me trae tantos momentos a mi recuerdo que un mar de emociones se estremecen sobre mi corazón. Es a la distancia que puedo ver, que lo que hacíamos era mucho amor expresado en la acción, sentíamos como que la tierra se expresaba a través nuestro.

A medida que pasaron unos años, los cambios en el lugar se iban generando, y aquellas personas que nos volvían a visitar nos remarcaban los progresos. Fue así que las primeras visitas guiadas comenzaron a hacerse en los fines de semana. No era fácil para muchos visitantes entender lo que estábamos haciendo (aunque nuestro entusiasmo los convencía en forma más intuitiva que racional). De estas visitas se fue generando una cantidad creciente de personas que venían a pasar algunos días y trataban de ayudarnos. Siempre teníamos alguien que supiera sobre algún tema que teníamos que resolver.

Pero: ¿donde estábamos Silvia y yo en lo grupal? Veíamos que lo comunitario entusiasmaba a varios, y que para esto sacrificábamos nuestra vida personal, lunes a domingo. Estaban los encuentros, reuniones, discusiones, trabajos compartidos y conflictos a resolver. Esto, sin percibirlo, nos comenzaba a erosionar interiormente, lo que nos iba a costar muy caro en nuestras vidas.

Me detengo mientras escribo y trato de decir lo que me pasa por dentro. Viendo esto después de 22 años, quisiera llorar con todos los lectores, quisiera reír y quisiera que todos muevan un manta para impulsarme hacia el aire y allí quedar estático a unas decenas de metros y 20 años atrás, para decirme y decirles algunas cosas desde este presente. Tendríamos que haber ido con más cautela. Abríamos las puertas y nuestro corazón a todo aquel que llegaba para estar unos días o toda la vida. Y cada persona era un universo complejo de emociones, ideas y condicionamientos de una sociedad individualista que fomenta el consumo en lugar del ser.

Son tantas las personas y las situaciones que hacen muy difícil describir algunos momentos claves que hemos vivido. El primero es recordar los círculos alrededor de un fuego que se convirtieron nuestro centro ceremonial. Al piso de un gran tanque australiano de la fábrica, luego de ser reparado al poco tiempo, se lo decoró con un laberinto cuyo diseño se encontró en diversas culturas milenarias y en la que su centro representaba a la madre tierra.

Este, además, fue un espacio para danzas circulares, una actividad que comenzó a focalizar Silvia. Las habíamos conocido cuando visitamos la Ecovilla de Findhorn, en un ejercicio donde nuestros anfitriones tomaron danzas de diversos pueblos y le dieron coreografía, con el objetivo de utilizarlas para la integración de la vida comunitaria. Fue en nuestro círculo, rodeados por el bosque más frondoso que teníamos en ese momento, que estas danzas eran su cometido: la armonización. Eso sí, había que estar dispuesto y dejarse llevar por estos ritmos y pasos, los que buscaban hacernos sentir como un solo cuerpo. En los próximos años tuvimos la gran dicha de recibir en dos oportunidades a Peter Walace, uno de los focalizadores de danzas circulares de Findhorn, y así, con él, dejamos esos pasos como si fueran semillas en varios lugares de la Ecovilla.

Muchas personas quisieron etiquetarnos como una secta, un grupo de una pseudoreligión, fundamentalistas apartándonos de la sociedad etc,etc, etc…Pero al visitarnos y compartir unos días la vida en el lugar, vivir nuestras rutinas, las tareas, con un orden y objetivos a lograr (donde todas las propuestas de permacultura las tratábamos de llevar a la práctica en el lugar); entonces ahí, esto hacía contrastar en muchos sus lugares de vida, sus rutinas alejadas de los procesos naturales que vivían en Gaia.

Estábamos lejos de dimensionar el alcance que en todos estos años generó la Ecovilla en el público que nos visitó o tomó cursos. Hoy gracias a la Universidad Internacional de Permacultura estoy visitando diferentes lugares del país y me sorprende la cantidad de personas que pasaron por la Ecovilla y dejaron la urbanidad para abrazar lo rural, sintiendo al vernos vivir en Gaia que ese cambio era posible.

Sin embargo no era un camino fácil. A las pocas semanas de comenzado el nuevo año desde la llegada, nuestra compañera , que mantenía a pleno su entusiasmo, se entera que un nuevo ser estaba en su útero. Así que, a pesar de estar sola, decidió quedarse; y los 3 nos preparamos para recibir al nuevo habitante de Gaia. Fueron meses desafiantes pero siempre con mucha alegría hasta que, en el primer aniversario, este nuevo ser no pudo llegar a Gaia . Y ante esta pérdida, su frustrada madre decidió partir.

Sus recuerdos dolorosos eran más fuertes que la esperanza en el proyecto, así que la despedimos con todo el dolor, comenzando una etapa desafiante. Extrañábamos el sentido de comunidad que habíamos vivido en este primer año. Al día de hoy recuerdo momentos muy especiales. Fue así que cambiando nuestra habitación a una más amplia en la Casa de Los Búhos, comenzamos la primavera con fuerza. En el segundo año, habíamos hecho una plantación más importante al final del invierno, comprando los primeros árboles de nueces pecan. Con los árboles llegaron algunos socios de Gaia y los primeros voluntarios fueron plantados.

Esos árboles no podían borrar de mi mente lo que habíamos escuchado en la Ecovilla de Findhorn: que solo el 10% de las Ecovillas que comienzan prosperan, y esto en países del norte, ¡¿qué nos podía esperar a nosotros?! Todo un desafío.

En Findhorn nos habían comentado que en general estos proyectos exitosos se lograron porque de uno a tres fundadores mantuvieron el foco, el rumbo. Esto fue lo que pasó en todos estos años en Gaia, hasta que hace 2 años decidimos hacer el mayor cambio de la historia de la ecovilla: crear dos condominios con características diferentes y complementarias. Un paso que está funcionando mucho más de lo que habíamos imaginado cuando tomamos la decisión de hacerlo. Ya comentaré en los últimos capítulos por qué tomamos esa decisión.

 

Dr. Gustavo Ramírez
Enero 2019

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Mirá el Capítulo 1: Nace una idea

Mirá el Capítulo 3: Centro de Vida y Aprendizaje

Mirá el Capítulo 4: Años de Abundancia


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