Nace una idea
Fue después de años del proceso militar que disfrutábamos de vivir en democracia y aventurarnos a ideas innovadoras. Así comenzamos, desde la Asociación Amigos de la Tierra, que habíamos fundado en 1984, un proyecto educativo durante los años 1987 y 1988 en un campo prestado: el casco de la estancia “La Choza” en Rodriguez, Buenos Aires. Mostrábamos a los colegios sistemas y algunas ideas para una sociedad que funcionara basada en los principios de la permacultura. En esos círculos nació la idea de llevar esos principios que estábamos aplicando a algo más grande. Llegamos a imaginar una experiencia más pequeña, algo más chico que un pueblo… Y así emergió el concepto de una Ecovilla.
El campo se vendió, el grupo se disolvió, pero la vivencia de esos 2 años quedó latiendo con fuerza. Con ese norte fundamos en 1991 la Asociación Gaia, y luego de un largo recorrido, en mayo de 1996, pudimos comprar 20,5 hectáreas de lo que había sido una fábrica de lácteos en Navarro, provincia de Buenos Aires.
Los primeros tiempos
Llegamos el 5 de junio de 1996 una mañana de puro sol con un aire fresco. En nuestro auto Silvia (mi compañera) y yo traíamos alimentos para muchos días, algunas herramientas y un poco de ropa. Encontramos a Julio, otro compañero que había sido el primero en llegar, acomodando su casa rodante.
Así nos recibió el lugar, con sus construcciones abandonadas desde hacía 30 años y luego ocupadas por diferentes familias. Todo estaba en estado indescriptible y los rastros de los ocupantes quedaron registrados por basura de décadas y el saqueo de los edificios, donde, por ejemplo, se habían arrancado las ventanas de las paredes.
Pero nuestro entusiasmo era desbordante, cada lugar que veíamos nos deslumbraba, porque, más allá del abandono, el lugar nos mostraba todo el potencial que tenía escondido para llevar adelante los objetivos propuestos.
Durante el día, otros socios de Gaia llegaron y una habitación en la ex fábrica pudo habilitarse precariamente para dormir. Silvia y yo, por 5 noches, dormimos en una carpa, en la que cada noche la capa de hielo era más gruesa, hasta que tuvimos nuestra habitación en lo que era una de las duchas de los empleados de la Lactona (ese era el nombre de aquella empresa que en 1890 comenzó con 2 hermanos ingleses y que en 1947 fue reconstruida).
Día a día programábamos recuperar más espacios de las diferentes construcciones. Uno de ellos fue una enorme casa, con 8 habitaciones y 2 espacios de baños destruidos. En una de las habitaciones, entre los tirantes de techos, había una familia de búhos de los campanarios y al ver esos enormes pichones sentimos que todo es vida y crecimiento, a pesar del abandono. Así nació la Casa de los Búhos. Con reparaciones de sus techos y colocadas sus aberturas comenzó, gradualmente, habitación por habitación, a ser habitada. A los 4 años todo el edificio estaba restaurado. A los pocos meses uno de sus baños pasó a ser el primer baño seco de la Ecovilla. Este edificio por muchos años tendría la cocina, despensa y comedor, además de 4 habitaciones, transformándose en el nido de la comunidad.
El edificio cercano a la ex fábrica necesitó de mucho más amor y paciencia. En el 2003 terminamos de reciclarlo completamente. Algunos ambientes sirvieron como habitaciones y el espacio más grande, a fin de 1996, se convirtió en nuestro primer salón de cursos y reuniones. Fue así que, en diciembre de ese mismo año, pudimos recibir al permacultor suizo-australiano Max Lindegger para dar el Curso Internacional de Diseño de Permacultura Certificado.
Nace la permacultura en Iberoamérica
El término permacultura fue acuñado por primera vez en 1978 por los australianos Bill Mollison y David Holmgren (quien años después calificaría a la Ecovilla Gaia como uno de los “proyectos con mayor nivel de sustentabilidad del mundo”)
Según las propias palabras de Mollison: “es la filosofía de trabajar con, y no en contra de la naturaleza; de observación prolongada y reflexiva, en lugar de labores prolongadas e inconscientes; de entender a las plantas y los animales en todas sus funciones, en lugar de tratar a las áreas como sistemas monoproductivos”.
La palabra permacultura (en inglés permaculture) es una contracción que originalmente se refería a la agricultura permanente, pero se amplió para significar también cultura permanente, debido a que se ha visto que los aspectos sociales son parte integral de un sistema verdaderamente sostenible. Un uso armonioso de la tierra y de los flujos de energía, con un buen diseño de las construcciones naturales y una organización social y económica colaborativa.
Desde sus inicios, a finales de los años 70, la permacultura se mostraba como una respuesta positiva a la crisis ambiental y social que estábamos viviendo.
Así que, con mucha emoción, sabíamos la importancia de que se ofreciera el primer curso de diseño de permacultura en castellano, un tema no conocido en estos países, donde las posibilidades de su expansión eran muy propicias.
Fue un desafío muy grande. Mientras que nos estábamos instalando, teníamos que hacer los preparativos para poder recibir al docente y a los participantes del curso, que llegaron de diferentes rincones de la Argentina y de Uruguay.
Después de pasar el invierno como pudimos, reunidos alrededor de un fuego por las noches para darle calor a nuestros cuerpos antes de dormir, la llegada de la primavera nos fue acompañando, como el brazo de una madre. Para el próximo invierno tendríamos las primeras estufas funcionando.
Fueron meses para cumplir varias metas. Primero fue el agua: a la semana pudimos instalar una bomba manual que compramos en Navarro y así las primeras gotas asomaron. En las próximas semanas, logramos reparar otra bomba, recuerdo del pasado, con su pozo al lado de la Casa de los Búhos. Con ambas bombas tuvimos 2 puntos de agua en los extremos del área que estábamos habitando. Entre las estructuras se destacó, desde el primer día, un tanque de 36.000 litros a 20 metros de altura con una plataforma de 6 metros. Contratamos a una empresa para que realice una perforación (porque no había rastros de la originaria) y en la plataforma instalamos el primer tanque de 1.000 litros de acero inoxidable que con el tiempo lo acompañaron 2 tanques idénticos. El pocero nos dijo que el tanque grande estaba en perfecto estado, y así fue como, con un máximo cuidado, subimos por la pequeña escalera, para comenzar la tarea de limpieza. Fueron 30 años de nidos de búhos y otras aves que limpiar del tanque para dejarlo listo para convertirse en nuestra gran reserva de agua. Después de 3 semanas de subir y subir logramos terminar su limpieza.
Mientras tanto, mes a mes, buscábamos cómo generar electricidad con el viento, ya que era el recurso más económico y abundante para producirla. Encontramos dos pequeñas empresas, una en La Plata, de gente joven con diseños nuevos y más tecnología, y otra en Buenos Aires, con equipos más simples con años de fabricación.
Las dos terminaron siendo una pesadilla. Cuando el equipo de La Plata se instaló (un tripala de 1.000 W junto al inversor y las baterías) pudimos hacer andar la bomba apenas 5 días antes del curso de permacultura, y así, mágicamente, del tanque grande, por su caño original con algunas conexiones, salió el primer chorro de agua. Era mucha la alegría, ya que no tendríamos que llevar más agua en carretillas hasta 300 metros para regar aquellos primeros árboles frutales, que habíamos plantado en la primavera. También quedaron atrás paquetes de velas y litros de kerosene para los faroles. Cada noche fue una fiesta, tener luz producida por nosotros gracias al viento, sin comprarla a ninguna empresa. Ese sentimiento de que apoyándonos en la generosidad de la naturaleza, ella nos permitiría avanzar.
Durante los meses previos a la instalación de ese primer molino, habíamos hecho cientos de metros de zanjas para llevar los cables e instalar los necesarios en las construcciones que estábamos recuperando. Fue aprender mucho sobre cómo hacer una instalación de energías alternativas: qué baterías, cuántas, que potencia y qué inversor (equipo que, de corriente continua, como se encuentra en las baterías, las pasa a 220v alterna). Con los años haríamos cambios, aprenderíamos que no todas las baterías que dicen ser indicadas lo son, varias descargas de rayos que nos arruinaron ese y un segundo inversor y así fueron protegidos por descargadores de rayos e inducciones. Fueron 15 años de completar y colocar todos los equipos correctos e instalar una red híbrida, es decir, agregar energía solar, para acompañar cuando el viento escaseaba.
Nuestro primer logro
Dos días antes del curso, en una calurosa tarde de diciembre, Silvia y yo fuimos a buscar a Max al aeropuerto de Ezeiza. Lo habíamos conocido hacía poco más de un año en la Ecovilla de Findhorn en el norte de Escocia. La Asociación Gaia había sido invitada a la reunión fundacional de la red Global de Ecovillas. Fue así que durante una semana nosotros y 12 proyectos de diversos países, soñamos cómo llevar esta idea a todo el mundo. Hoy, cuando entro a su página, siempre me asombra ver más y más proyectos que están comenzando. Max era de los principales guías de aquel encuentro que fue histórico.
Fue ese día, viniendo de Ezeiza, que sentí que algo muy fuerte estaba cambiando: tener con nosotros a la persona que había diseñado íntegramente la primera Ecovilla en el mundo, “Crystal Water”, en Australia. Max nos trajo herramientas que ordenarían un cóctel de entusiasmo e ideas. Cada día del curso fue una catarata de orientación y comprensión profunda de muchas cosas. Si bien hacía unos años conocía qué era la permacultura, los 12 días de ese curso fueron los más intensos que recuerdo de mi vida en cuanto a una capacitación, generando una profunda transformación y entendimiento de procesos que no imaginaba. También encontré en el curso que un camino recorrido en mi vida era la base de la permacultura: ser eficiente con la energía, en tiempo, los recursos, reciclar, reparar y combinar el cuidado de las personas con el del planeta. Esta era la energía que me impulsaba y lo sigue haciendo al día de hoy con la misma pasión que hace 22 años. Cada día lo he visto como una oportunidad de avanzar.
Nací en una familia humilde, donde el trabajo y mejorar fue lo que me transmitieron mis padres. Así fue como día a día, año a año, interactué con cada metro cuadrado de esas tierras de las pampas. También Max nos dejó un mapa para seguir, para expandir el lugar, para comenzar a resolver temas como las distancias de las casas entre sí. Max nos compartió también sus errores. Así que los tomé para no llevarlos a Gaia.
Después de una emotiva partida de Max, una nueva y complicada etapa comenzaría. Serían 4 años que pondrían a prueba si estábamos por el camino correcto.
Dr. Gustavo Ramírez
Diciembre 2018