No hemos sido abandonados. La naturaleza nos recibirá nuevamente en su comunión y hará fértil nuestra estéril conciencia si tan solo prestamos atención desinteresada a sus maravillas. La conciencia recuperada, paciente y precisa, es la raíz primaria de la espiritualidad de Gaia. En un jardín, en un parque o en un retiro silvestre, podemos abrir nuestros sentidos y aprender. A semejanza de la práctica de meditación consistente en observar cualquier elemento que surja en la mente o en el cuerpo, la atención pura al resto del mundo natural requiere dejar de lado las nociones preconcebidas, como la concepción de la naturaleza como un mecanismo mudo. En momentos inesperados he sido testigo del prolongado erotismo de los caracoles de jardín y del juego exuberante de dos chorlitos blancos que hacían surf con su cuerpo repetidamente sobre las pequeñas ondulaciones de un arroyo de agua fresca mientras el resto de la bandada prefería chapotear con más calma aguas abajo. Hemos subestimado nuestras relaciones animales por entender que no teníamos como usarlas. En verdad, las necesitamos, profundamente, para que nos curen, para que nos inicien, para que enciendan nuestras posibilidades.
Cuando dejemos de sentirnos como turistas en el mundo natural, se nos revelará más y más de la intensa vitalidad y la intrincada interrelacionalidad de la totalidad sagrada. Sus maravillas, cuando nos hemos arrancado aunque sea un poco del temor que nos fue implantado, evocan celebración. De allí que el florecimiento en los últimos años de rituales personales y comunitarios de gratitud y gozo. La espiritualidad de Gaia no es sectaria. Brota […] en el imaginativo estallido de celebraciones caseras de los solsticios y equinoccios, y en muchas otras manifestaciones. […] Estamos aquí, indisolublemente ligados a nivel molecular con toda otra manifestación del gran despliegue. Somos descendientes de la bola de fuego. Somos peregrinos sobre esta Tierra. Atisbamos la unidad de la totalidad sagrada. Conocemos a Gaia, conocemos la gracia.
*Estados de Gracia – Charlene Spretnak