Planeta finito

Vivimos hoy, y sostenemos de distintas formas, una dinámica destructiva en lo ecológico que alcanza proporciones enormes. La mayoría de los científicos del medio ambiente sostiene que aún hay tiempo para detener y reducir el daño, aunque no mucho, tal vez en una década o dos. Si nos comprometiéramos seriamente en posibilitar una existencia ecológicamente sana para la Gran Familia de Todos los Seres y para nuestra descendencia, concentraríamos nuestra energía colectiva y nuestra atención no sólo en proyectos de restauración ecológica necesarios con urgencia, sino también en generar cambios fundamentales en la economía mundial. Un programa efectivo a largo plazo debería tener en cuenta varios temas. En primer lugar, la existencia de un mercado mundial compuesto de economías de crecimiento ilimitado, capitalistas o socialistas, es una locura en este planeta finito. […] En lugar de apoyar la acumulación de dinero y ganancias materiales mediante la conversión de la biosfera en basura lo más rápido posible, varios analistas proponen formas de distinguir un “desarrollo” cualitativo de un mero “crecimiento” cuantitativo.
En segundo lugar, se hace cada vez más evidente que necesitamos descentralizar el poder económico, trasladando el control desde las corporaciones empresariales que muestran una continua falta de consideración por la salud, a emprendimientos gobernados por los trabajadores en economías basadas en la comunidad y orientadas a escala regional. En tercer lugar, el ahorro de energía debe reconocerse como la vía más barata para detener el calentamiento global y otros daños. En cuarto lugar, necesitamos conservar la tierra que usamos y en consecuencia exigir menos y producir menos. Ciertos cambios en el estilo de vida, como reciclar y comer menos carne, forman un subconjunto dentro de los cambios estructurales necesarios.
* Estados de Gracia – Charlene Spretnak

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Cuando la Tierra Llama: Nadie se Salva Solo

Vivimos tiempos de ruptura, en que la desmesura ocupa el lugar del equilibrio, y el crecimiento económico se impone como dogma, aun al precio de la devastación. La política se volvió espectáculo, el consumo nos anestesia, la tecnología nos conecta… pero también nos aísla. El ruido ahoga el sentido, aunque las señales —claras, urgentes— indican que algo se desmorona.

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