Más allá del colapso

Aprovechándose de lo que quede de esta pandemia y de todas las crisis ambientales, económicas y sociales en curso y por venir, el sistema tratará desesperadamente de mantener su control tecnototalitario. Lo vemos a través de cada control policial pandémico cuando se cometen abusos de poder, cuando se da rienda suelta a agresiones y subordinaciones dignas de procesos que creíamos superados, en lo que parece ser una ratificación de inauditas necesidades de control. Se percibe en numerosos casos que el virus es la persona: en lugar de cuidarnos, respetarnos, apoyarnos en el penoso día a día que nos está tocando, nos hacen sentirnos culpables por existir. Hay una emergencia sanitaria, mucho sufrimiento ante la enfermedad y perdida de seres queridos como para que algunes alimenten sus necesidades de control despótico sobre otres.

Por otro lado el virus, los virus, invisibles e ingobernables, han llevado al caos a un nivel definitivo: el tan ansiado e ilusorio crecimiento del capitalismo salvaje no volverá mañana, ni nunca. Se ha generado una crisis de la esperanza. El distanciamiento social pandémico está produciendo en el inconsciente colectivo una sensibilización fóbica a los cuerpos y a la piel de les otres. Lo único que crece, y en forma acelerada, es una epidemia de soledad, que se traduce luego en una de depresión pandémica, retroalimentada por los controles violentos, por la imposibilidad de familiares distanciados de despedirse de sus seres queridos que mueren por enfermedades terminales, porque las regulaciones no les permiten el tránsito y tantas otras contrariedades mas que son propaladas por este estado de cosas. Pareciera que el virus se apoderó del sentido común, de la humanidad, de la sensibilidad de muches en este país. En el mismo nivel de desajuste social están aquelles que organizan reuniones, fiestas y todo tipo de eventos que permiten que el virus siga su contagio implacable y que al mismo tiempo sustentan el sistema que justifica la represión. Sorprende que al día de hoy hay tanta gente que no cree en lo complejo que es esta enfermedad y la facilidad de contagio, poniendo en estos momentos al sistema de salud en el abismo del colapso, por falta de camas para terapia y por les compañeres de la salud que están agotades, muches enfermos y algunes muertos.

En lo social, el distanciamiento implica el fin de toda solidaridad, a nivel inconsciente. Su accionar es devastador respecto de la esencia de nuestra especie que, desde las épocas tribales, siempre ha mantenido el sentido de la protección, del cuidado de los enfermos.

Las fuerzas de trabajo en el mundo han sido formadas por décadas para producir los mismos buenos sujetos obedientes del sistema capitalista que hoy, está abandonando a las personas a su suerte, ya que busca únicamente salvar los grandes capitales. Mientras, la mayor parte de la población lucha por sobrevivir a este estado pandémico, que masivamente borra del imaginario el sentimiento de bienestar prometido por la sociedad de consumo, una supuesta felicidad que finalmente resulta en entrada a la esclavitud y al infierno.

Un alto porcentaje de la población ya no cuenta tanto con que pase la pandemia, simplemente porque no hay manera de saber cuándo pasará. Los rebrotes de contagio en países como España e Italia –y con más ferocidad en Alemania, que había podido surfear con dignidad la primera ola europea de la peste– están planteando que un fin cercano de esta pesadilla es utópico. La difusión permanente de tantos datos y estadísticas con los que el presidente y los científicos nos inundan hace que la pedagogía de la crueldad siga creciendo, destripando nuestra capacidad de percepción empática del sufrimiento ajeno.

Esta pandemia nos oculta que la gran pandemia es la que sufre el planeta, por el desborde del antropocentrismo, del capitalismo y del metabolismo cancerígeno de la sociedad tecnoindustrial que devora la mente de las personas. De esta manera, esta pandemia cuenta con más fuerza que nunca para desfoliar la biota planetaria en un camino que no tiene otro final que la mega extinción. Viene a ser como una especie de suicidio de la misma sociedad.

De la mano de la permacultura, nosotros queremos escribir el preámbulo de una sociedad pospandémica que se proponga seguir la dirección contraria a la de esta locura, orientada a aprender a vivir con menos materiales, energía, agua, bienes de la tierra y a compartirlos. Una de las principales salidas reside en abordar rápidamente las nociones de decrecimiento y de ruralización, con el objetivo de integrarnos en forma armónica a los ecosistemas. Esta vez, el encierro hizo reflexionar a muches urbanites que tienen que hacer un gran cambio en sus vidas, y ese cambio también es el que la tierra pide a gritos que hagamos. Es así como, en la situación caótica que estamos viviendo, están proliferando las comunidades autónomas y las experiencias igualitarias de supervivencia.

Es en este momento histórico en el que la permacultura puede brindar todo su potencial para ayudar a adaptarse y a sobrellevar el colapso, y también para generar las bases de una sociedad que sea permanente, justa, solidaria y que haga que la palabra pobreza desaparezca del diccionario. La etapa que está comenzando a gestarse es una oportunidad como nunca la tuvimos de operar un cambio fundamental de la sociedad.

Dr. Gustavo Ramírez

Universidad Internacional de Permacultura

Septiembre de 2020

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