
“La verdadera tragedia es no comprender que estamos en guerra.”
— El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld
En la historieta El Eternauta, la nieve no es bella. Es mortal. Cae sobre Buenos Aires y mata a tode aquel que no está protegido. Lo cotidiano —el mate, el truco, la radio, la amistad— se interrumpe por la catástrofe. El afuera ya no es un espacio disponible, y el adentro se vuelve trinchera. La sociedad se colapsa, no con una gran explosión sino con el silencio blanco de la muerte. Una imagen que, lejos de parecer ciencia ficción, se nos vuelve cada vez más familiar. En una primera etapa el colapso paraliza, aumenta el nerviosismo y genera actitudes erróneas para sobrevivir.
Vivimos una época en la que el colapso ya no es una hipótesis futura sino una serie de realidades superpuestas: genocidios de naciones originarias, crisis climática, pandemias, guerra por recursos, escasez energética, control digital, destrucción ecológica. El colapso no llegará; ya está aquí, en formas distintas según el territorio, la clase social, el género, la especie. Como en El Eternauta, no cae sobre todos igual ni al mismo tiempo. Pero cae.
Y como en la historieta, no se trata solo de sobrevivir al desastre. La verdadera pregunta es: ¿cómo resistirlo sin perder la humanidad? ¿Cómo seguir siendo comunidad, afecto, cuidado, cuando el mundo alrededor se desintegra? cuando los calificativos y la agresión verbal al prójimo se celebran, parece llegar como una pandemia del pasado retrogrado. Ahí está una de las claves del relato de Oesterheld: la resistencia no es individual. Juan Salvo, el protagonista, sobrevive porque está con otros, porque cooperan, porque piensan juntes. La historieta, profundamente política, escrita en una Argentina ya bajo la amenaza del autoritarismo, nos alerta: el enemigo no siempre se ve, pero está organizado. Y nosotres también debemos estarlo.
La nevada como metáfora del colapso
La nevada asesina de El Eternauta puede leerse hoy como una imagen del colapso sistémico. La crisis no es un evento aislado, sino una condición extendida. Un entorno cambiante que obliga a repensar nuestras formas de habitar. Como Juan Salvo y sus compañeros, ya no podemos confiar en las instituciones, en los sistemas tradicionales de protección, ni en la promesa del progreso tecnológico. Es preciso tejer otras respuestas.
Esa es la potencia de la permacultura en este contexto. No como solución mágica, sino como práctica situada de resistencia, regeneración y cuidado. La permacultura —como ética, como diseño, como política— no niega el colapso. Lo asume. No se dedica a soñar con futuros utópicos desconectados de la realidad, sino a cultivar presentes fértiles en medio del desastre, deja a tras una visión romántica de la ecología para un acción basada en el conocimiento ancestral y la ciencia basada en la naturaleza.
Permacultura: diseño para la resiliencia
Bill Mollison, escribió: “Aunque el problema sea abrumador, la solución es embarazosamente simple.” Esa solución no es un aparato ni una fórmula, sino una forma de mirar y actuar: observar, escuchar, integrar, regenerar, cuidar. En lugar de esperar una salvación externa, la permacultura propone asumir responsabilidad local y comunitaria: cultivar alimento, recuperar agua, construir con tierra, reconectar con lo vivo.
Desde esta mirada, el refugio del Eternauta no es solo un lugar donde protegerse, sino un espacio que podría ser diseñado como sistema resiliente. ¿Qué pasaría si en lugar de un sótano cerrado hubiera una casa bioclimática, con huerta interior, captación de agua, tecnologías apropiadas? ¿Y si, en lugar de esperar la ayuda de un Estado colapsado, se tejieran redes entre vecines, trueques, conocimiento compartido, soberanía alimentaria?
La permacultura no es ingenua. No romantiza la catástrofe. Pero ofrece herramientas prácticas y éticas para transitarla. Nos recuerda que el diseño importa, que las relaciones importan, que cada decisión cotidiana, cómo comemos, cómo nos calentamos, cómo nos organizamos— puede ser una trinchera o una semilla.
Del relato apocalíptico al diseño esperanzado
El Eternauta es, al fin y al cabo, un relato trágico. Juan Salvo queda atrapado en una deriva temporal, condenado a repetir la búsqueda de su familia en infinitos futuros posibles. Pero quizás nosotres, lectores del presente, podamos interrumpir ese ciclo. No evitar el colapso —eso ya no parece posible porque pasamos el punto de no retorno en el equilibrio ecológico—, pero sí diseñar formas de vida que lo atraviesen con dignidad, con cuidado, con sentido.
La permacultura, en este marco, no es una técnica sino una estrategia de la subsistencia: una forma de imaginar futuros posibles en medio de un presente incierto. Una herramienta política, estética y práctica para resistir sin repetir la lógica de destrucción del sistema que colapsa. No se trata de salvar al mundo, sino de salvar mundos: huertas, bosques, comunidades, vínculos, culturas.
En la nevada del futuro, quizás no haya inteligencia artificial, ni armas láser, ni vuelos a marte. Pero habrá bosques, barro, semillas, fuego, afectos. Y con ellos, una posibilidad: no solo sobrevivir, sino vivir siendo parte de Gaia .
Dr. Gustavo Ramírez
Universidad Internacional de Permacultura