El viento, vehículo de la vida

En permacultura nos basamos en la resiliencia de los ambientes naturales, que es lo que les permite a los ecosistemas mantenerse estables ante los cambios continuos que enfrentan. Esta resiliencia prolonga la capacidad de los sistemas naturales para acumular energía solar y, así, ralentizar la entropía. La vida se sostiene gracias a la biodiversidad y a una rica y compleja red de interacciones. Por ello, al diseñar sistemas permaculturales promovemos modelos organizativos inspirados en millones de años de evolución. También es fundamental conocer las características de cada elemento que incorporamos al sistema, asegurándonos de que se adapte al entorno y genere el mayor impacto positivo posible.

Cuando iniciamos un proyecto de permacultura, comenzamos identificando todos los elementos que han moldeado el lugar a lo largo de miles de años: el agua, la lluvia, el suelo, el viento, la fauna y la flora, entre otros. Sobre esa base de recursos existentes, añadimos nuevos elementos que enriquecen el sistema. Si logramos ensamblajes adecuados, este se transforma en un ecosistema gestionado que, con el tiempo, entra en una fase de abundancia. El proceso que acompañamos requiere un estado interno de conexión y tranquilidad, que nos permita ser receptivos a los patrones naturales que nos rodean. Estos patrones se integran al diseño, el cual evolucionará tanto con ellos como con los nuevos elementos que se incorporen con el tiempo.

Una fuerza transformadora

El viento, por ejemplo, es una fuerza clave de cambio. No solo transforma el entorno al transportar semillas y nutrientes, sino que también contribuye a mejorar los agroecosistemas. Si fomentamos el crecimiento de los bosques, el viento que los atraviese llevará bacterias del género Pseudomonas, que crecen en las hojas de los árboles, hacia la atmósfera. Estas bacterias, al subir con el aire caliente, actúan como núcleos de condensación que atraen moléculas de agua, ayudando a formar nubes. Y así se genera más lluvia cerca de esos bosques. Si no existen estos “obstáculos”, la humedad presente en la atmósfera tiene más probabilidades de terminar en lluvia en los mares, ya que estos abarcan una superficie mayor a la de las tierras.

De este modo, nuestros proyectos no solo benefician el lugar donde trabajamos, sino que también influyen positivamente en otras partes del planeta al instalar un circuito maravilloso del agua.

Nutrir el suelo

Otro efecto asombroso del viento es su capacidad para enriquecer los suelos. Al transportar polvo en suspensión rico en minerales y otros nutrientes, estos quedan atrapados por las hojas de los árboles. Con la lluvia, esos nutrientes se integran al suelo. En regiones como las Pampas argentinas, el viento ha depositado ceniza volcánica proveniente de antiguos volcanes de la cordillera de Los Andes durante cientos de miles de años. En estos territorios, en lugar de erosionar el suelo –como lo hace en muchos lugares–, el viento fue clave para la formación de un suelo muy fértil. Por otro lado, al no presentarse pendientes pronunciadas, la lluvia no llevó por arrastre a esos nutrientes hacia los arroyos y ríos. Es así como el viento otorgó al suelo una fertilidad extraordinaria que el sistema nefasto de siembra directa se ocupa ahora de explotar para producir commodities.

El viento también es esencial para la polinización de muchas especies vegetales. Algunas, como el maíz, pueden ser polinizadas a distancias de hasta 50 kilómetros. Además, muchas especies animales lo aprovechan para desplazarse a grandes distancias, como es el caso de insectos, aves y murciélagos, que usufructúan las corrientes de aire en la dirección en que necesitan moverse, así como también las corrientes térmicas, que les permiten mantenerse en altura y viajar con un mínimo gasto energético. 

“El viejo y el mar”

Sin embargo, el viento también puede ser destructivo, como ocurre en huracanes, cada vez más frecuentes debido al calentamiento de los océanos tropicales. Hay que remarcar que la mayor parte del aumento de temperatura, en estas décadas, se ha acumulado en la superficie del mar en unos tres metros de profundidad. Por esto se midieron temperaturas de 30 grados en el mar Mediterráneo, o 33 en el Caribe.

Es importante tener en cuenta que esas columnas de agua de solo tres metros de profundidad de los mares pueden almacenar más energía térmica que toda la atmósfera, lo que constituye un motor para aumentar la ferocidad de los huracanes y generar otros nuevos. Esta energía, acumulada y liberada, genera vientos más intensos, cargados de humedad y capaces de desencadenar lluvias torrenciales.

Proteger los asentamientos humanos

El viento ayuda a que las grandes ciudades sean un poco más habitables, ya que sacan contaminantes de su atmósfera; pero muchas veces sus habitantes no son tan conscientes de la carga de contaminantes que se genera en la gran urbe.

Asimismo, crea mejores lugares para vivir en las zonas de montaña. Por ejemplo, en verano el viento puede llevar las temperaturas más frías desde las cimas hacia el valle y así refrescarlo durante la noche. Y en invierno, también puede empujar las bajas temperaturas al valle, haciendo que las zonas intermedias en altura sean las ideales para los asentamientos humanos. Así es como muchos pueblos, en la antigüedad, se desarrollaban en esos lugares. El viento formaba parte del día a día de otras épocas, cuando las personas estaban en pleno contacto con la naturaleza.

Además, observando el viento podían predecir fenómenos naturales como las tormentas, o bien sabían que su ausencia en invierno anunciaba la llegada de heladas, que afectan a los cultivos.

Valorar nuestro aliado

En la modernidad se ve al viento como algo molesto, sin entender su papel en un planeta dinámico en donde es clave para la generación de muchos sistemas que promueven la vida. Por eso, si queremos sobrevivir, tendremos que aprender a percibir el viento como un vehículo de la vitalidad que brota en la naturaleza.

El viento, en esencia, es energía en movimiento. Puede ser un aliado en la regeneración de los ecosistemas o un agente de destrucción. El desequilibrio provocado por la liberación masiva de energía fósil está alterando estos sistemas naturales, y la naturaleza responde con una fuerza que refleja la violencia de nuestras acciones.

Gustavo Ramírez

Universidad Internacional de Permacultura

Julio de 2025

Nota para Revista Antesis www.antesis.com.ar

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